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POSDARWINISMO

DE LA ADAPTACIÓN AL MEDIO A LA TRANSFORMACIÓN DEL MEDIO


Por Alfredo González Colunga

 

 

 

Desde Darwin y su Teoría de la Evolución como adaptación al medio podemos hablar de dos corrientes principales de teorías evolutivas. Las primeras relacionan el individuo con el medio mediante el estudio de su evolución genética. De este tipo son, entre otros, el Neutralismo de Kimura, que indica que la mayor parte de los cambios genéticos son neutrales, siendo la deriva genética la que hará triunfar a unos u otros, las teorías de Evolución y Desarrollo (Evo - Devo) con múltiples estudios, como los de Cliff Tabin, quien habla de la no necesidad de nuevos genes para encontrar mutaciones, puesto que modificando, por ejemplo, la expresión de tan sólo un par de genes los pinzones de las Galápagos modifican sus picos haciéndolos más anchos o más agudos, u observa que dado un nicho ecológico, diferentes especies tienden, en diferentes lugares, mediante mínimos cambios genéticos, a coparlo. Estas teorías hacen hincapié en la evolución genética de las especies.

El segundo grupo está formado por teorías muy recientes, como las de Kauffman, que nos recuerdan la aparición de fenómenos emergentes al interrelacionarse diferentes individuos. La Evolución por medio de Simbiosis, apadrinada por Lynn Margulis, se enfoca en esta dirección, y en el mismo grupo puede incluirse la muy reciente Coopetición, o relación mixta de competencia y cooperación, impulsada por Marcela Molina y Julián López, matemáticos de la Universidad Complutense.

La aparición de la inteligencia no es contingente, sino necesaria .

A lo que ninguna de estas teorías parece referirse es al hecho de que desde el momento en que un sistema vivo tiene, digamos, ojos y un pico, es decir, sensores para localizar la energía que requiere para su subsistencia y herramientas para capturarla, ese ser vivo requiere un decisor, o instrumento para determinar en qué invertir su energía en cada momento. Si en observar o capturar, si en capturar o en huir. Es decir, el ser vivo requiere capacidad de crear modelos y de tomar decisiones de inversión para su energía disponible.

Estos modelos serán tanto más eficientes cuanto mayor sea la claridad de objetivos, la evaluación de la oportunidad, la capacidad de registro y almacenamiento de datos de acontecimientos previos y su facilidad de acceso (memoria), o la destreza en combinar de la manera más efectiva los parámetros anteriores. Y todas estas mejoras están sometidas al mismo proceso de evolución selectiva que los ojos, los picos, o las garras.

Dado que cualquier sistema organizativo necesita localizar energía –mediante sus sensores- y capturarla –mediante sus herramientas- ese sistema necesitará ordenar sus prioridades en cada momento, y la evolución en la competencia por esta habilidad generará inteligencia, independientemente del sustrato, biológico o no, de la misma.

Por lo tanto, habiendo vida, ésta tenderá a ser cada vez más inteligente. Habiendo vida, la aparición y evolución de la inteligencia no es contingente, sino necesaria.

El incremento de la modelización acelera la evolución.

Y no sólo eso. El tiempo que se ha necesitado para dar con un replicón, una célula, o con la primera célula eucariótica es mucho mayor que el que se ha necesitado para llegar a la multicelularidad, los grandes grupos genéticos o la inteligencia humana. Pues bien, la aceleración del proceso puede explicarse de un modo sencillo recurriendo a la evolución de la capacidad de modelización de cada nuevo sistema. Un animal no se limita a comer: busca alimento. Y esa búsqueda requiere un modelo de su entorno que le impulsará a descubrir nuevos territorios en los que, entonces sí, sus mutaciones encontrarán acomodo. Proceso que incrementa, de forma exponencial, su evolución. Esta es la segunda gran conclusión: el incremento creciente de la capacidad de modelización acelera la evolución.

Si hablamos del hombre, se puede llegar aún más lejos. Cuando Darwin llegó a la islas Galápagos llegó a la asombrosa conclusión de que animales de la misma especie se habían adaptado, con ligeras diferencias, a entornos diferentes. Ligeras modificaciones en el entorno favorecían determinadas modificaciones en sus nuevos habitantes. Sin embargo, la especie humana ya no espera a que una mutación, sea en sus individuos, sea en el entorno, la modifique, sino que es ella misma la que busca esas modificaciones, e incluso la que modifica el entorno para conseguirlo. El hombre ya no se sienta a esperar la mutación azarosa, sino que ha definido y aprendido a localizar un nicho de mercado. La misma existencia de ese concepto es una muestra de hasta qué punto escapa el proceso evolutivo humano de la definición darviniana: sigue siendo el azar el que se ocupa de la localización de ese nicho, pero el hombre previene una limitación en un nicho e invierte conscientemente en otros, busca "nuevos nichos de mercado", los reconoce, y los aprovecha cuando los encuentra.

 

Posdarwinismo.

Claro que sigue existiendo una competencia por los bienes disponibles, tanto más expansiva cuanto más abundantes sean, tanto más enconada –recesiva- cuanto más escasos. Pero, a diferencia de los vegetales, a los que podríamos considerar, simplificadoramente, sometidos de forma exclusiva al azar de una mutación genética para acceder a nuevos recursos, entre los humanos y las organizaciones que constituyen existe la posibilidad consciente e intencionada de generar nuevos bienes, nuevas herramientas, nuevos mercados. Para los humanos, la darviniana ADAPTACIÓN AL MEDIO ha pasado a convertirse en una postdarwiniana TRANSFORMACIÓN CONSCIENTE DE ESE MEDIO.

Los que se adaptaban al medio se han erigido en creadores conscientes, intencionados, de nuevos medios. Es opinable si esta habilidad pertenece en exclusiva al hombre o si puede ya encontrarse en el reino animal. En cualquier caso, esto marca el comienzo de otro juego que acelerará aún más el proceso evolutivo. Y eso es algo que ni Darwin –comprensiblemente-, ni sus sucesores -lo que ya es menos perdonable-, han contemplado en sus análisis sobre la evolución.

 

 

© Alfredo González Colunga

alfredo_colunga@telecable.es

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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