Siempre la concoci por el nombre de "Tarabica".

Sólo al final de sus días, cuando tras largos años de rechazar mi propuesta me pidió que le hiciera un retrato. Se le hice, en formato videográfico. Sin preparaciones previas. Sin maquillaje. Sin traje especial para la ocasión. Habiamos establecido la cita para "un día de estos". Un día, que como tantos otros, coincidiéramos en la rampa del muelle. Allí le gustaba parar los días, las tardes. Hasta el atardecer. Tomaba el sol. Animaba y se animaba con los viajeros que subían a la lancha de Canteli para disfrutar del mar, del Cantábrico, y contemplar la ciudad desde el horizonte en permanente movimiento.

Y un día de tantos, de camino hacia la peninsula de ensueño, sueños y empeños, nos encontramos. Ella sentada, como siempre, en la rampa del muelle. Era el único sitio donde podía verla. Azarosamente. Desde que la vida la había llevado al otro lado de la península no había otro modo de localizarla. No al menos que a ella le gustara.

-¿Traes la cámara hoy? Me dijo.

- Ya sabes que yo siempre. Respondí.

- Pues lo hacemos hoy. Puede ser un buen día.

Y sin más, lo hicimos. Allí mismo. Sin moverse. A contraluz, o lo que fuese. Saliera ella guapa o fea. Se viera mejo o peor. Fuera como fuera. Lo que de verdad le importaba era contar lo que quería contar. Y que yo la grabara. Accedí. Tratando de ser lo más fiel a sus deseos. Grabé de un tirón. Y nada de lo grabado alteré en la edición. Nada de sutilezas, ni lindezas. Al pan pan, y al vino vino. Así era ella. La Tarabica, Tara.

No llegamos a tiempo para poder presentar este retrato videográfico en el contexto ideado, un Encuentro de Arte íntimo que preveiamos celebrar en Sala LAi con motivo de la inauguración de la exposición que se presentaría en formato de instalación a través de la ventana/through the windows. Va para dos años que se fue, aunque de un modo u otro sigue estando entre nosotros. Siendo un referente inolvidable. Una persona admirable y carismática donde las haya, hubiera, y hay. Manteniendo firme el compromiso adquirido, presentamos ahora el retrato videográfico. Su testimonio vital. Asi lo quiso ella.

Tara, "La Tarabica", se llamaba en realidad Fredesvinda Sánchez González (Gijón, 1928-2013). Su padre fue pescador, y su madre pescadera. Ella, nacida en la Plaza de los Remedios, pasó la vida vendiendo pescado por las calles. En la calle. Empezó a los doce años, y durante más de cincuenta recorría la ciudad de punta a punta, desde la rula hasta El Cerillero, cargada de energía, alegría, y sardinas. Anunciaba su presencia con voz potente, a voces, a voz en grito se la oía decir día tras día "Hay sardineeeeeees". Al oirla, las gentes del lugar acudían corrían escaleras abajo con un plato en la mano para comprarle tan excelso manjar antes de que se agotara. Pescado fresco, fresco, recien salido del mar.

(...) tengo que ir todos los días a Cimavilla, porque yo sin ver la mar me muero (...)

Ya jubilada, en 2007 fue pregonera de las fiestas que anualmente se celebran en su barrio, que es el nuestro, en el Barrio de La Soledad, de Cimadevilla. Un pregón que sin duda todos sus vecinos guardan para siempre en la memoria, porque ella hizo memoria de todos ellos. Y ahora nos ofrece también la suya.

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